SITAC Teoría y práctica de la catástrofe
Directores
Teoría y práctica de la catástrofe
EDUARDO ABAROA
Quiero agradecer al Patronato de Arte Contemporáneo A.C., a su mesa directiva y al comité del SITAC: Aimée Servitje, Patricia Sloane, Osvaldo Sánchez, Mariana Munguía, Ery Camara y Sol Henaro por su labor indispensable a favor de un mayor alcance del diálogo en torno al arte actual. Gracias, también, por haberme dado la oportunidad de colaborar con ustedes en este evento de la vida cultural en la ciudad de México. Expreso mi admiración y agradezco muy especialmente a todos los artistas, escritores, filósofos y curadores que, con su trabajo y talento, conforman esta novena versión del SITAC y su programa de clínicas, tan brillantemente organizadas por Sol Henaro. Quiero mencionar la gran labor de María Bostock y el equipo del SITAC, que han trabajado intensamente para coordinar y dar forma a este evento. También a Taller de comunicación gráfica por su exclente trabajo de diseño. Durante los próximos tres días se cristalizará el esfuerzo realizado durante un año por personas extraordinarias; a todas ellas expreso mi reconocimiento y gratitud. Finalmente, de manera especial, quiero agradecer a nombre del SITAC, y a título personal, la amplia generosidad de las personas, empresas e instituciones patrocinadoras y facilitadoras de este valioso esfuerzo colectivo.
La frase “Teoría y práctica de la catástrofe” es nuestro punto de partida. Me pareció un poco irónica. Podríamos entender que exista una teoría cientifica que estudie las catástrofes. Como pronto aprenderemos, la hay, y es muy importante. Pero que alguien concienzudamente se propusiera una práctica de la catástrofe, no tiene un sentido evidente más que en un tono irónico, absurdo o profundamente destructivo. Sin embargo, en un segundo momento de reflexión acerca del mundo y de nuestra situación actual, acabé por encontrar atinado el título.
Al terminar el 2010, tan lleno de desastres de todo tipo, pensar sobre este tema tiene cierta pertinencia, especialmente en lugares como México, que hoy se ve inmerso en una serie importante de problemas, cuya solución se percibe cada vez más lejana. Es a partir de aquí y de una manera heterodoxa, casi afectiva, que pretendo generar una discusión que será muy productiva, porque este evento cuenta con magníficos participantes.
Primero es preciso y necesario definir un campo de acción. Una catástrofe implica, a grandes rasgos, un cambio, una crisis o un desastre, a partir del cual ya nada es lo mismo, un evento de la mayor trascendencia para la vida o el sistema al que se refiere, ya que significa su transformación inevitable e irreversible. A partir de esa definición simple, surge una gran variedad de connotaciones, las que nos permiten abordar en conjunto ámbitos que quizá, en otro contexto que no sea el artístico, deberían estar separados. Con ello busco una pluralidad de enfoques y temáticas, un efecto de dispersión que, estoy seguro, dará cabida a discursos diferentes e, incluso, a estados de ánimo contrastantes.
A este simposio hemos invitado a filósofos, artistas, curadores y escritores a discutir las posibilidades de un vocablo antiguo y elusivo, que en su historia, desde Aristóteles, denota un elemento dramático o trágico, es decir, teatral. Lo catastrófico es, en primer lugar, imaginario. Los desastres proliferaban en el pensamiento mítico de muchas culturas. Hasta hoy no ha menguado la potencia simbólica de epidemias, diluvios, plagas y devastaciones naturales, más arrasadoras que la muerte misma.
Por más empirista que parezca nuestra época, hemos constatado el poder de las narrativas cataclísmicas en el surgimiento de nuevas variantes religiosas, en su gran valor para la industria del entretenimiento y, por último, en su efectividad como herramienta de control ideológico y político.
Las catástrofes imaginarias pueden llegar a ser tan terribles como las reales. Es conocido el papel que el Apocalipsis de San Juan ha tenido en la historia de Occidente. Si bien el texto es terrible en su descripción de la destrucción del mundo, el desenlace es una promesa de salvación cuya potencia ha definido enormemente nuestra cultura. Los historiadores han descrito el milenarismo de Cristóbal Colón, quien, entre otras cosas, buscaba una nueva ruta para rescatar Jerusalén al zarpar hacia el Occidente. No pudo haber imaginado que su expedición abriría paso a la destrucción de las civilizaciones de todo un continente.
El cataclismo total, como requisito de una salvación ulterior, es un esquema que puede encontrarse incluso en Marx, quien avizoró el necesario derrumbe del sistema capitalista para ceder paso al comunismo. Como ha demostrado Naomi Klein acerca de la historia reciente: la fabricación del miedo como estrategia disuasiva de los sistemas sociopolíticos es una práctica que puede tener consecuencias a nivel global. Al inicio de este milenio conocemos varias versiones del juicio final que sirven como coartada para ocultar calamidades tangibles causadas por la inercia generalizada. Es por esta razón que la reflexión sobre la potencia que tiene la catástrofe en nuestra imaginación es ahora no sólo válida sino imprescindible. Quizá la actividad artística, como forma de transformación del imaginario colectivo, puede generar disidencias y narrativas divergentes a las ideologías hegemónicas. Con un poco de suerte algunos de estos nuevos rumbos serán menos perniciosos.
La catástrofe siempre va en primera plana. Nuestra percepción de las desgracias más dolorosas se ve afectada irremediablemente por el embate de los medios masivos de comunicación; el término implosión de Marshal Mc Luhan es elocuente en ese sentido. Hoy nos enteramos de manera deficiente de lo que pasa en nuestro entorno inmediato, pero pretendemos conocer la situación de Haití por el terremoto, la de Bangladesh por sus inundaciones, la de Colombia y México por sus problemas con el narcotráfico. Todo eso se puede procesar tranquilamente en la mañana, leyendo el periódico durante el desayuno. La indiferencia característica de muchas sociedades post-industriales contrasta con la intensidad de la violencia presente en todo tipo de medios masivos: televisión, periódicos, internet, etcétera. Es debatible la afirmación de que la violencia representada pueda instigar a las personas que la consumen a perpetrar actos de violencia real, como es el caso de los videojuegos. Pero no deja de ser inquietante que las bandas de narcotraficantes tomen como modelos a los personajes de Francis Ford Coppola, dándose a sí mismas nombres como La Familia, a la usanza de las mafias cinematográficas clásicas. La frontera entre la cruda pulsión mórbida y la contemplación sentimental del dolor ajeno suele ser borrosa en cualquier contexto. Pero es en el incesante consumo masivo de imágenes donde la banalización del sufrimiento y la violencia parecen alcanzar su punto más alto. El análisis crítico de los medios de comunicación es un terreno que el arte de las últimas décadas ha ejecutado singularmente bien, y tendremos en este simposio muestras de ello. Por otro lado, algunos de los participantes de este SITAC han contrarrestado efectivamente la indiferencia y han sido parte de esfuerzos de rescate en desastres naturales, llegando incluso a proponer esta acción como obra artística. En otros casos han elaborado programas de interacción colectiva que pretenden abordar problemas y situaciones sociales adversas.
Si los terremotos, las epidemias y las sequías como eventos naturales del devenir del mundo son una parte inseparable de la experiencia humana, los infortunios que unos grupos humanos han infringido a otros definen la evolución de las civilizaciones. En el mundo actual no sólo es posible hablar con horror de conflagraciones bélicas a gran escala sino de inmensas fallas económicas que afectan la vida de decenas de millones de personas. En nuestros días, las catástrofes naturales y las provocadas por el hombre parecen confluir en la destrucción masiva de los ecosistemas. Hay cada vez más ejemplos de cómo los procesos de producción globalizados conllevan muy frecuentemente una afectación drástica, perniciosa y definitiva de las poblaciones y también del medio ambiente. Basta solo un ejemplo. 1988 es la fecha aproximada de la primera advertencia científica sobre el peligro del cambió climático del planeta. Pero por razones políticas se ha ignorado la copiosa colección de pruebas que ha aportado la comunidad científica mundial. Desde ese mismo año hasta hoy se ha producido aproximadamente el 40% de los gases de efecto invernadero que actualmente amenazan el planeta. Podemos constatar que se ha desarrollado una consciencia mucho mayor del daño que la actividad humana ha causado a su propio entorno. La destrucción tiene como evidencias las inundaciones e incendios forestales y olas de calor por el desastre climático, las fugas de petróleo sin control, la sobreexplotación de los recursos de todo tipo o la desaparición de las especies vivas a una escala que se ha dado sólo muy pocas veces en toda la historia del mundo. Es incontrovertible el papel que han jugado en esta debacle las tecnologías desarrolladas desde hace apenas unos cuantos siglos. Pero queda por definir si el desarrollo tecno-científico es una opción, si no para detener, al menos para dar una dirección nueva a la transformación del planeta.
En este simposio veremos algunos ejemplos de cómo algunos artistas contemporáneos han ido más allá del objetivo de crear consciencia sobre los problemas y han llegado a desarrollar tecnologías eficientes que promueven la sustentabilidad de los procesos de supervivencia humana. Otros artistas han desarrollado aportaciones tecnológicas alternativas como una herramienta política de subversión contra los sistemas de dominación y exclusión de comunidades marginales. Si bien nuestro tema a lo largo de estos tres días puede llegar a ser deprimente, también buscamos ejemplos de cómo una de las vertientes más fuertes del arte contemporáneo ha empezado a vislumbrar soluciones a problemas cada vez más concretos. Para muchos artistas en la historia, desde Leonardo hasta Vertov, la tecnología ha jugado un papel prominente. En la actualidad somos testigos de cómo la práctica artística se puede con vertir en una crítica práctica y discursiva de las tecnologías obsoletas y perniciosas.
Tenemos a nuestro favor que la ciencia actual conoce cada vez mejor los fenómenos extremos. Los avances en el estudio de este tema han sido vertiginosos, desde la Teoría de la Catástrofe del matemático René Thom, pasando por las ideas de Ilya Prigogine y hasta la relativamente reciente Teoría del Caos. El énfasis de la ciencia en la estabilidad y la regularidad ha cedido el paso al estudio de la turbulencia, las bifurcaciones y los puntos de quiebre, revelando una complejidad antes inimaginable. La ciencia no oculta su entusiasmo ante la auto-organización de las moléculas de agua que genera un tsunami o la transformación de los saltamontes comunes en una plaga de langostas. Enfrentamos la posibilidad de que la aceleración del conocimiento humano esté llevando a la naturaleza y a la humanidad a fases totalmente distintas y desconocidas.
Quizá el arte mismo es una forma indisociable del desastre o el momento crítico. Las obras de arte, como describieron alguna vez Deleuze y Guattari, son expresiones de un chaosmos, un orden armónico que sin embargo implica una mirada hacia el abismo. Los artistas buscan precisamente aquellos resquicios en donde las explicaciones se derrumban y pierden su sentido habitual, hacen visible la plenitud terrible de la vida a través de varias destrucciones incluso auto-destrucciones. El arte no es únicamente una contemplación pasiva de la existencia, o una simple denuncia, por importante que ésta sea. Puede también desafiarnos a confrontar las áreas más oscuras de nuestra psique, y quizá ayude a entender mejor a nuestros semejantes y a nosotros mismos en medio de situaciones de peligro o de zozobra. Nuestra intención más importante es partir del asombro y la fascinación sublime hacia una mayor capacidad crítica con respecto a la época que nos tocó vivir. Así que de este modo reitero mi invitación a sumergirse con nosotros en esta empresa.